sábado, 5 de junio de 2010

Paseos por el centro histórico de Guadalajara

Amo caminar en el centro de Guadalajara. Amo los centros históricos de las ciudades. No sé cómo a la gente que vive ahí no les gustan. Trato de hacer memoria y no recuerdo a alguno de mis conocidos tapatíos que disfrute ir al centro de su ciudad. La mayoría los odia, hacen referencias al tráfico y al gentío. Quizás no es muy buena idea andar en carro por ahí. El centro es para recorrerlo caminando y lo de la gente, pues sí, hay mucha, pero a mí no me molesta, incluso creo que lo disfruto.



La gente le da vida, movimiento. Ese cruce en Plaza Universidad siempre concurrido. Distintos personajes se van aglutinando en la espera de la señal para cruzar: el monito verde con sus 50 segundos y su sonido peculiar. El tráfico se detiene y entonces decenas de vidas se cruzan, comparten latitudes por una fracción de segundo, pasos apresurados, pasos despreocupados... es normalmente una carrera de obstáculos, la gente pasa de una banqueta a la otra, siempre unos van y otros vienen, como lapsos de un eterno baile de esos antiguos. Te conviertes en parte de la masa, del conglomerado humano en movimiento que es uno solo y a la vez muchos individuos dispersos. Cada uno con un camino, con una cadencia y un ritmo distinto, sumidos en pensamientos diversos. Quién sabe que se cocina en la mente de cada uno de los transeúntes que me encuentro, quién sabe qué sentimientos conmueven su corazón y su pecho.



No concibo el centro histórico de Guadalajara sin gente a plena luz del día. El día que esté desierto será un indicio de que halgo extraño habrá pasado. Paco, un amigo mío, hubiera querido desaparecer a la gente durante su sesión fotográfica y no lo culpo, la arquitectura es muy bonita, pero el centro sin la gente no sería lo mismo.




Es verdad, amo la arquitectura del centro. Con su Catedral coronada con esos sombreros geométricos, amarillos y puntiagudos como los gorritos de fiesta. Sus amplias plazas, el kiosko en el que a veces se ofrece música gratuita, sus arcos y sus portales, sus calles peatonales y sus transitadas y amplias avenidas...el imponente teatro Degollado vigilado desde la parte superior por sus musas de piedra que observan todo lo que sucede en la Plaza Liberación, a los que entran y salen del teatro o a los que caminan por ahí. El hermoso Hospicio Cabañas, hogar de los murales de mi paisano Orozco y de exhibiciones temporales.



Me encanta recorrer ese pasaje que va del Degollado al Cabañas... la escuela de música, las fuentes en las que juguetean los niños y algunos adultos de repente. El estanque al estilo del "Taj Mahal" (ya sé, qué comparación pero es lo primero que se me vino a la mente cuando lo vi por primera vez) con su brisa que tanto disfrutan los infantes y que hoy me pareció de mal gusto por el olor desagradable pero que también he disfrutado en las tardes calurosas. Las estatuas, como la de los niños haciendo pipí en una fuente, las construcciones... Por esos rumbos acompañé alguna vez a un chavo (o más bien él me acompañaba a pedir informes a la escuela de música), amigo de un amigo, que llevaba colgado un letrero y regalaba abrazos. Fue divertido ver las reacciones de la gente. Algunos sólo lo veían y sonreían. Otros no se la pensaban dos veces y reclamaban su regalo con los brazos extendidos.



El corazón joyero se encuentra en la zona y a un costado, el legendario San Juan de Dios que de bonito no tiene nada pero que almacena historia y tradición popular. Todo puedes encontrar en ese mercado. Para mí, sigue siendo un laberinto en el que varisa veces me he perdido y que no me he dado el tiempo de descifrar.


Otro día me traje el teléfono de una chava que hace pulseras de nudos, como la que mi amiga Mony compró en Chiapas y perdió después con gran pesar. Se llamaba Valentina y tenía acento sudamericano, quizás chileno. Le dije que si le podía mandar a hacer una y entonces me dio su número de celular. Parecía una de esas personas con las que fácilmente se puede entablar una amistad. Me transmitió muy buena vibra.

Por ahí están también los famosos "lonches Amparito". ¡Qué filas se hacen afuera del pequeño local! Aunque en realidad a mí no me parecieron la gran cosa. Lo que sí disfruté mucho fue el agua de horchata con nuez que venden en "La Tarasca" de la esquina. Cada vez que ando por ahí aprovecho para tomarme una. =P


Me encanta caminar sin rumbo. De repente no sé a dónde voy y de repente elijo un punto. Me gusta caminar mirando a la gente a la cara pero me sigo de largo o volteo la mirada cuando alguien se me queda viendo. Me pareció curioso cuando me encontré varios grupitos de mujeres en sesiones de tejido, en la zona de las mercerías, entre Zaragoza e Hidalgo. ¡Qué conveniente! si necesitan material no se tienen que mover mucho. La apropiación de la gente de los espacios públicos. =)



Aún tengo mucho que conocer. Siempre he querido tomar algo en alguno de los establecimientos que hay al aire libre en la zona. Por lo pronto seguiré disfrutando de esos paseos cada vez que me sea posible. Caminar hasta que se oculte el sol para después volver agotada, con los pies un poco adoloridos, a bordo de un tren ligero abarrotado de gente que regresa a sus hogares, que va o que viene, que termina la jornada, que van a ver a sus familias... todo con un sentimiento de satisfacción y de alegría, especialmente si fue uno de esos días de compras en los que regreso a casa con unos zapatos, una blusa o unas películas de esas de 3 x 100.

Bln.P.

viernes, 4 de junio de 2010

LOSING SIGHT

In the very deep of her heart she knew she was going to get blind. She did not know when, she did not know how, but she knew that it would happen and the sole idea brought sorrow to her heart. At some point of her life she would lose what her beautiful eyes gave her for many years. That precious gift of being stunned in front of a sunset, feeling relaxed while watching the clouds flowing freely in the sky, staying hypnotized by the moon coming out from the horizon, watching people´s eyes while they were talking, watching a conversation between smiling mouths... and all those things waiting for her to be seen. I am sure one of the things she enjoyed most was perceiving life through that pair of dark windows that looked like gemstones upon her face. It was a shame, but she had to accept it and to give up to that ephemeral pleasure.

But she was not afraid. Actually, there was something positive about it. In the very deep of her heart she felt excited. Yes, one could say that she was feeling joy. She knew that losing one sense can sharpen the others. And sight is many times misleading. It creates artificial mental images of people and things, it distracts you from their essence and it builds a barrier that decides what to approach and what not. 

It would be a new way of perceiving life and a whole adventure would come along: to learn to see feeling. She had gone through this before when she used to close her eyes while listening to a melody or while being kissed. But now this would be a permanent status. Her ears, her nose, her hands and her feet would be her new windows to the world. A deeper connection with the soil she steps on, with the earth that feeds her. A stronger connection with the wind blowing on her face, caressing her skin, bringing to her nose the oxygen she needs to breathe and the fragrances flowing in the air. A consummation of love between her skin and the world around her, her pores opened, her nervous points more awaken than ever, her complete being devoted itself to the universe surrounding her...

She was not worried. Her eyes were about to hide many things for her but her inner sight was about to show her things that she had never seen before, and that she could never see through the windows upon her face.
 
 

LA PREMONICIÓN DE SU CEGUERA


Muy en el fondo de su ser sabía que algún día quedaría ciega. No sabía exactamente cuándo, ni cómo, pero sabía que pasaría y el sólo hecho de imaginarlo le causaba tristeza. En algún punto de su vida perdería lo que sus hermosos ojos le dieron por muchos años. Ese precioso regalo de quedarse impresionada en frente de un atardecer, sentir esa relajación mientras observaba las nubes flotando libremente en el cielo, quedarse hipnotizada por la luna al salir del horizonte, mirar a los ojos a las personas mientras conversaban con ella u observar ese intercambio y contagio de sonrisas entre dos bocas… ¡y todas esas cosas que aún le esperaban por ver! Se podría afirmar que una de las cosas que ella disfrutaba más era percibir la vida a través de ese par de oscuras ventanas que parecían piedras preciosas sobre su rostro. Era una pena, pero lo tenía que aceptar y renunciar a ese placer efímero que le había dado la vida.

A pesar de todo, no tenía miedo. De hecho había algo positivo al respecto. Muy en el fondo de su ser se sentía emocionada. ¡Sí! Uno podría decir que experimentaba dicha. Ella sabía que el perder un sentido puede agudizar los otros. Y la vista es muchas veces engañosa. Crea imágenes mentales artificiales de la gente y de las cosas, te distrae de su esencia y construye una barrera que decide a qué acercarse y a qué no, estableciendo juicios anticipados basados en la apariencia.

Sería una nueva forma de percibir la vida y toda una nueva aventura vendría con ello: aprender a ver sintiendo. Ella había pasado por eso algunas veces cuando solía cerrar sus ojos mientras escuchaba una melodía o mientras sus labios eran besados. Pero ahora, ése sería su estado permanente. Sus oídos, su nariz, sus manos y sus pies serían sus nuevas ventanas hacia el mundo. Una conexión más profunda con el suelo que la sostiene, con la Tierra que la alimenta. Una conexión más fuerte con el viento soplando en su cara, acariciando su piel, atrayendo a su nariz el oxígeno que necesita para respirar y las fragancias que flotan en el aire. Una consumación de amor entre su piel y el mundo que la rodea; sus poros abiertos, sus terminaciones nerviosas más despiertas que nunca; su ser entero entregado al universo alrededor de ella.

No estaba preocupada. Sus ojos estaban a punto de ocultarle muchas cosas pero su visión interna estaba a punto de mostrarle cosas que nunca antes había visto, y que jamás podría ver a través de las ventanas sobre su rostro.


Bln.P.

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