(Kinshasa Simphony, 2010)
Por Belén Plascencia
Por Belén Plascencia
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“Es la única orquesta sinfónica en el mundo en la que todos los
integrantes son negros”, dice orgullosamente uno de los músicos. No sé si eso
siga siendo cierto, tomando en cuenta que el documental se hizo en 2010, pero
para mí sí fue todo una novedad ver a ese numeroso grupo de congoleses dando
forma a esa maravillosa orquesta. Y digo maravillosa no porque sean unos
virtuosos en la ejecución de los instrumentos o los mejores coristas sino por
el significado que tiene para ellos, que han encontrado en la música clásica
una razón de ser, una motivación, una pasión, una especie de escape de la
cotidianidad y las dificultades que nutre sus espíritus en medio de la
adversidad. Esos mismos rostros que tantas veces vi víctimas de la violencia,
el racismo y la codicia en fotos, documentales, entre las líneas de numerosos
libros y artículos en los años que estudié el conflicto congolés para mi tesis
de licenciatura, reflejaban dicha, entusiasmo, orgullo.
Los congoleses saben de su miseria, la viven todos los días. “No porque
seamos congoleses tenemos que vivir así”, dice una de las flautistas ante la
casa que le muestran para rentar con un espacio para la sala y una recámara en
muy malas condiciones. Han vivido una de las mayores crisis humanitarias del
mundo en las últimas décadas pero ahí, en ese documental, se veían orgullosos
de su esfuerzo, de su logro al haber formado la primera orquesta sinfónica de
África Central, de ser parte de ese ente que respira y transpira música, y si
bien saben que el grueso de la población no recibe con entusiasmo la música
clásica, se han convertido sin chistar en fieles promotores de ella.
La orquesta fue creada en 1994 por Armand Diangienda, nieto de Simon
Kimbangu (1887-1951) quien formó una religión llamada “kimbanguismo”, una forma
de cristianismo africano de donde toma el nombre la orquesta. El liderazgo y
empuje del director son sorprendentes y es de admirar el esfuerzo detrás de la
creación de la Orquesta Kimbanguista de Kinshasa. Basta recordar que en ese año
inició la crisis en África central tras una de las mayores tragedias del mundo
contemporáneo: el genocidio ruandés. Desde entonces, con cerca de 5 millones de
muertes, el Congo ha vivido un conflicto sangriento e intermitente, que si bien
se ha focalizado en la parte oriental del país, bastante lejos de Kinshasa, nos
lleva a cuestionarnos sobre el pasado de los integrantes de la orquesta,
quienes seguramente eran apenas unos niños o adolescentes en los años más
crudos de la guerra. Uno de los temas que se tocan de manera indirecta es el
problema de vivienda que hay ahora en la capital del Congo ante la migración de
muchas personas que llegan de otros pueblos alrededor de todo el país,
seguramente huyendo del conflicto armado. Admito que estaba esperando que
hicieran más evidente esa conexión en el documental, le habría dado mucho más
fuerza de la que ya tiene; aunque por otra parte, agradezco un trabajo fílmico
sobre el Congo donde no se habla de violencia.
El documental poco nos deja ver sobre el pasado de los integrantes, sus
historias de vida y su vinculación con el conflicto. Eso sí, nos permite echar
un vistazo a su presente, algunos detalles de su cotidianidad en la que se
combinan los ensayos de la orquesta con el cuidado de los hijos, las vendimias
en los mercados, la búsqueda de una nueva casa que rentar en pésimas
condiciones por 40 dólares y 8 meses de depósito, las calles sin luz eléctrica
en las noches, el negocio de la peluquería y el de la farmacia, el colorido y
caótico ir y venir de hombres, mujeres y niños que, curiosos, se quedan
hipnotizados al percatarse de la presencia de la cámara, se convierten en
observadores al sentirse observados.
Después de verlo, encontré unos videos en línea más recientes de sus
conciertos y se ven más consolidados, más fuertes, más profesionales, más
dueños de su interpretación. No cabe duda que la música y el arte pueden convertirse
en un bálsamo para la vida.
Me siento agradecida
con los directores alemanes Martin Baer
y Claus Wischmann
y todos los que hicieron posible el documental por mostrarme cómo se ve, se
escucha y se siente uno de los rostros de la esperanza en el Congo, ese país
clave en mi formación como internacionalista que tantas horas de sueño me robó.
Algunos videos:
- https://www.youtube.com/watch?v=tkcQzN-_oo8
- Trailer del documental
- La orquesta sinfónicaKimbanguista presentándose en Londres